“La semana pasada me ladraste que no volviera a tocar tus documentos”, repetía Natalia con desesperación. El sentimiento de frustración aumentaba por momentos. Una vez más veía como nada contentaba a aquel hombre. “No claro, si la culpa será mía”, se quejaba ella. No podía pensar con claridad. La trabajadora de la aerolínea les había pedido que se echaran a un lado mientras decidían qué iban a hacer, que tenía que embarcar al resto de los pasajeros. Por lo menos, ahora podía apoyar el bolso en una de las sillas de la zona de espera. “Sabes que tenía cita en el ayuntamiento por lo de los permisos del bar y resulta que el DNI no estaba en la cartera”, apuntó Jorge llevándose la mano a la frente. Natalia lo sabía perfectamente. “Tenía que hacer fotocopias para el contrato de alquiler”, replicó ella. “Te lo había dicho”.
Lo peor es que de manera inconsciente, cada vez iba calando en ella precisamente esa misma sensación de culpa contra la que intentaba luchar. Podía haberse asegurado de tener el pasaporte de Jorge. Pero, ¿no le había pedido, textualmente, que nunca más volviera a tocarle sus documentos importantes? ¿Que era lo suficiente mayor para ocuparse de sus propias cosas? ¿Que si le parecía que es un crío? ¿De donde salía, entonces, esa horrible sensación de que lo había vuelto a defraudar? Encima, había sido ella la que había tenido la idea de hacer un viaje en pareja en París para solucionar las cosas.
El sudor de las manos hacía que se le resbalase todo lo que seguía tratando de remover en su bolso. Las gafas de sol, el teléfono, la cámara compacta, su libreta de terapia, los guantes de lana… Nada. Aunque veía de reojo a Jorge quieto junto a ella, no era capaz de levantar la mirada de sus pertenencias. Sin quererlo, se había hecho responsable de aquella situación y no lo podía mirar ni a él, ni a la trabajadora de la aerolínea, ni a los pasajeros que iban avanzando lentamente, sin perderse ni un detalle de lo que estaba sucediendo. “Nada, que no encuentra mi pasaporte”, oía a Jorge decir hablando por teléfono con un tono de voz elevado. ¿Se podía saber con quién diantres se ponía a hablar ahora? Claro, como segundos antes de embarcar ha visto que no lo llevaba en el bolsillo, el idiota ese ya no tenía qué más hacer que echarle la culpa y molestar. Le había dicho que no tenía el pasaporte, que si lo había cogido ella. Ahí, a medio minuto de subirse al avión.
Ya habían embarcado todos los pasajeros y la trabajadora encargada del embarque les dijo con un gesto de lástima que tenía que cerrar el vuelo. “Voy a decirle a Víctor para que nos venga a buscar”, le dijo él, alejándose momentáneamente el teléfono de la cara. Ah, conque había estado hablando con el hermano. Natalia se lo pensó un momento. “Sí, dile que venga. Pero solo a por ti. ¡Yo me voy a París!”, exclamó Natalia, caminando hacia el mostrador de facturación con su pasaporte en la mano. “Si quieres, gasta el rape del congelador”.
¡Que no tiene el pasaporte! Y se queda tan tranquilo, ¿será posible? No, si ya lo puedo buscar, que como no lo haya metido él aquí dentro, no está. Como pesa esto, a ver que lo apoye allí en las sillas. Pero si es que encima fue él el que ya no quiere que lo toque nada de sus cosas. ¿Como me dice que es mi culpa? Siempre hago algo mal. Pero nada, tranquilo, yo lo busco. Por buscar que no quede. A ver, gafas, el teléfono, la cámara. A ver si tomo fotos esta vez del Pont Neuf, que la última vez al final se me olvidó. ¿Y con quién hablas ahora, Jorge, por Dios? No, si no está. Lo recuerdo encima de la mesa, junto a las llaves del coche. Pero si tú no lo has cogido, no está. El mío sí que lo tengo. Unión Europea. España. Pasaporte. Ay, tengo que pedir cita para renovarlo, que se caduca en mayo. Al final se me va a olvidar. Pero nada, no está. Pues nos vamos a tener que quedar. Encima de que la idea fue mía. Y ya me había cogido vacaciones y todo. Pues mira, ¿sabes qué? ¡Que te quedas tú!