Ivan Alsina Ferrer

Catching tales
Inici

Quincena 1

Nov. 12, 2022 | Categories: Writing

Narradores omnisciente y cámara

Narrador omnisciente

El eco que generaban las bóvedas parecía descender, llenando la nave central y las dos salas contiguas de un murmuro sordo y uniforme. La luz del mediodía atravesaba las cristaleras y se proyectaba sobre las paredes estucadas de ladrillo, haciendo resaltar los tonos rosáceos que procuraban la única nota de calidez del edificio de arte grecorromano del Museo Nacional de Escultura.

No fueron los pasos en sí los que sobresaltaron a Vicente, sino el sosiego y la constancia en el ritmo. Podría haber jurado conocer a quién se acercaba, sentir bajo su piel aquella tranquilidad y confianza. Los pasos, que también habían parecido descender con el resto de sonidos, ahora se detenían frente a él. Vicente levantó la cabeza para dirigirse al rostro de aquel hombre.

―Buenos días, ¿me permite su entrada? ―dijo, acomodándose la solapa del uniforme azul.

El hombre apartó su mirada y la situó tras Vicente, hacia el interior de la sala oeste. Buscaba a alguien que le resultara familiar. No lograba entender que no hubieran informado al personal del museo de su llegada.

—Verá, yo no soy un visitante —dijo con acento francés—. Me tienen que estar esperando.

François bajó la vista hacia su pantalón. Vicente entendió en seguida que se trataba de una señal para él, y lo vio sacar con discreción una acreditación plateada de su bolsillo.

—¡Vicente, es el señor del que te hablé! —exclamó Helena desde su escritorio, saliendo apresurada a encontrarse con ellos. Helena no entendía la pronta llegada de François. Según tenía anotado, no era hasta mañana que esperaban la llegada del agente—. Bienvenido. Soy Helena, la encargada. El señor Julián está en su despacho. En un momento estará todo listo. Acompáñeme.

Mientras se adentraban hacia la sala oeste, en la este se oyó un fuerte estruendo. La esfinge de mármol yacía quebrado en varias piezas sobre el suelo de piedra, agrietado por el impacto. Vicente, presa del pánico, se lanzó a atravesar el complejo. Desabrochándose el uniforme, se volteó buscando ayuda hacia su compañera y aquel hombre. Desde el otro extremo, François, con la tranquilidad de quien lo tiene todo bajo control, cruzó brevemente la mirada con Vicente. A continuación, se volteó y pulsó el botón de llamada del ascensor.


 

Narrador cámara

El eco que generaban las bóvedas parecía descender, llenando la nave central y las dos salas contiguas de un murmuro sordo y uniforme. En una placa junto a la entrada se leía: «Museo Nacional de Escultura. Edificio de arte grecorromano». Como siempre que el reloj digital del vestíbulo marcaba las doce del mediodía, la luz atravesaba las cristaleras y se proyectaba sobre las paredes estucadas de ladrillo, haciendo resaltar los tonos rosáceos que procuraban la única nota de calidez de aquel lugar.

Por el pasillo sonaron unos pasos rítmicos y sosegados, y Vicente miró en dirección hacia dónde provenían. Frente a él había un hombre, levantó la mirada y se dirigió a él.

―Buenos días, ¿me permite su entrada? ―dijo, acomodándose la solapa del uniforme azul.

El hombre apartó su mirada y la situó tras Vicente, hacia el interior de la sala oeste, como buscando a alguien. Parecía incrédulo.

—Verá, yo no soy un visitante —dijo con un marcado acento francés—. Me tienen que estar esperando.

François bajó la vista hacia su pantalón. Vicente la siguió y lo vio sacar con discreción una acreditación plateada de su bolsillo.

—¡Vicente, es el señor del que te hablé! —exclamó Helena haciendo una mueca desde su escritorio, saliendo apresurada a encontrarse con ellos—. Bienvenido. Soy Helena, la encargada. El señor Julián está en su despacho. En un momento estará todo listo. Acompáñeme.

Mientras se adentraban hacia la sala oeste, en la este se oyó un fuerte estruendo. El esfinge de mármol yacía quebrado en varias piezas sobre el suelo de piedra. Vicente se lanzaba a atravesar el complejo con el paso acelerado. Desabrochándose el uniforme, se volteó con impaciencia hacia su compañera y aquel hombre. Desde el otro extremo, François cruzó brevemente la mirada con Vicente. A continuación, se volteó y pulsó el botón de llamada del ascensor.